que la inmensidad encontró
un nido en mí.
Ya no sé llorar a solas,
sino emitir sonidos
como un ave atrapada
en un mismo circular vuelo
del que no puedo salir.
Sus ojos miran los míos,
alargando aún más tenebrosas
la sombra de mis pensares,
en este pequeño cuarto
donde vivo en mí,
estrecha y diminuta cámara
donde crecí y me engrandecí,
y de la que no consigo huir.
No es difícil introducirme
en los agujeros negros
de sus pupilas,
sino penetrar más allá
para saber por qué anula
y no quiere que tenga
inmensa libertad de sentir.
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